Calicanto 2012: una degustación poética

«A la vista era un rojo intenso, profundo, que no permitía ver el fondo de la copa, con un aroma divino a frutos rojos muy maduros, algo de arándano y un poco de jamón ahumado, una exquisitez, muy agradable en boca y con mucho equilibrio entre el dulzor y los taninos, pero había algo que no lograba percibir en ese vino y sabía que necesitaba descubrir. Sólo que mi poca paciencia y algo de nervios me ganaron esa vez, terminé mi copa, la disfruté y mucho, pero sabía que algo más debía guardar ese vino tinto chileno; afortunadamente mi compañero de cata parecía entender mucho más y me ofreció lo que restaba en su copa, que era básicamente todo el contenido inicial salvo uno o dos sorbos y allí estaba la segunda oportunidad que no iba a desperdiciar, la paciencia debía aumentar.

Pasado el tiempo suficiente y una vez que el vino había respirado lo justo, volví a él – aún sonrío al recordarlo – era el aroma inequívoco de notas a café, pero no a cualquier café sino al de tempranito en la mañana, a ese con el que comienzas el nuevo día y que ayuda al estado de alerta, ese que te transporta no sólo a despertares sino a noches de conversaciones interminables con las personas perfectas. Ese era el aroma que faltaba percibir, esa era la lección de paciencia y de seguir el instinto y la intuición para tomar decisiones que recordaré luego para contar.

Así una copa de vino.» Por @eloinaconde

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